lunes, 23 de mayo de 2011

Discriminación. Otra ‘herencia’ de Fukushima

Los japoneses son meticulosos, precisos, precavidos. Aman y cuidan los detalles, como se puede ver en una pintura de Hokusai, en un haikú de Basho, en una novela de Kawakami o en una película de Kurosawa.
Hasta el diseño de sus automóviles (Toyota, Mazda, Honda) es una maravilla de delicadeza y precisión. Tienen el sentido de lo público, además, y por esto quisieron convertir su peor tragedia histórica (Hiroshima y Nagasaki) en un milagro técnico: energía atómica pacífica, diseñada para la prosperidad. Sus centrales nucleares eran un orgullo nacional.
Todo en ellas estaba calculado (se suponía). Ni la más grave de las catástrofes naturales pondría en peligro su funcionamiento. Estaban construidas a prueba de terremoto. En el cuidadoso Japón del siglo XXI, no podía ocurrir lo que pasó en la atrasada Unión Soviética. Fukushima nunca sería un Chernóbil, pero lo es. Y como ocurre con la radiación nuclear, lo seguirá siendo durante siglos porque sus efectos no se pueden detener.
Desde que la central nuclear Fukushima Daiichi (Nº 1) diseminó partículas radiactivas sobre las regiones vecinas desde el sismo y el tsunami del 11 de marzo, la población dice sufrir más que nada de las consecuencias psicológicas.
La catástrofe nuclear tuvo repercusiones dramáticas sobre la agricultura, la pesca y el turismo, incluso en regiones consideradas fuera de peligro por las autoridades.
Algunos de los que huyeron de la prefectura de Fukushima después del accidente han sido rechazados en hoteles y sus hijos son víctimas de burlas.
"Siendo soltera, temo se considere que las mujeres de Fukushima no son una buena opción para formar una familia", dijo Yuma Ito, de 23 años, empleada en una sociedad de informática de Iwaki, ciudad al sur de Fukushima.
Los albergues para las personas evacuadas de un radio de 20 kilómetros alrededor de la central accidentada exigieron certificados probando que no estaban "’adiactivas’.
Un alumno de 16 años dijo haber escuchado que "algunos colegas suyos de Fukushima fueron blanco de burlas cuando llegaron a otras prefecturas".
El portavoz del Gobierno, Yukio Edano, condenó esas discriminaciones, recordando que "la radiactividad no es contagiosa".
La catástrofe también tuvo un impacto económico importante para los agricultores, cuyos productos son dejados de lado por los consumidores en Japón o en el extranjero, aún cuando algunos japoneses compran los productos en solidaridad con sus conciudadanos.
Sólo algunas verduras y productos lácteos originarios de Fukushima y de las prefecturas vecinas fueron prohibidos para la venta, pero la desconfianza se ha extendido al conjunto de los productos provenientes de la región.
Magoichi Shigihara, de 66 años, productor de pepinos en Nihonmatsu, ciudad a 55 kilómetros de la central nuclear de Fukushima, sufre las consecuencias, pese a que las prohibiciones no le conciernen.
"Necesitamos 45 años para construir una imagen de marca para los pepinos de Fukushima, pero todo se vino abajo en una noche", dijo sin disimular su cólera.
El alcalde de Nihonmatsu, Keiichi Miho, anunció que reclamará indemnizaciones al Gobierno y al operador de la central Tokyo Electric Power (Tepco) por los daños provocados a la imagen de la región y las consecuentes pérdidas económicas.
"Hoy en día sufrimos de cuatro males: el sismo, el tsunami, la radiactividad y los rumores", dijo. "Quiero que el país y Tepco asuman la total responsabilidad de estos perjuicios".
El impacto financiero de la crisis aún se desconoce, pero los índices dejan imaginar que será muy elevado.
La asociación hotelera de Fukushima registró 680.000 anulaciones desde el 11 de marzo, lo que constituye en la realidad una pérdida de al menos 7.400 millones de yenes (90,5 millones de dólares).
Según el diario Asahi, el Gobierno evalúa los daños de la crisis financiera en unos 48.120 millones de euros.
"Las indemnizaciones deben ser aplicadas de manera apropiada, incluyendo los daños que provocan los rumores malintencionados", declaró el primer ministro, Naoto Kan.

EL DEBATE
Esta grave advertencia apocalíptica tiene que servir para que el mundo se dedique con más seriedad al desarrollo de las energías alternativas. En un reciente informe de Le Monde se registran las experiencias más exitosas con fuentes de energía renovable. Gracias a ellas se puede prescindir de la energía nuclear y se puede revertir ese lento desastre en que se está convirtiendo el calentamiento global. Son tres las fuentes renovables de energía que el diario francés señala como la mejor solución a los problemas ambientales del planeta: agua, viento y sol. A diferencia del petróleo, el gas o el carbón, estas son energías que no se acaban y que no liberan los gases responsables del efecto invernadero.
La catástrofe provocada por la central nuclear de Fukushima ha originado como ‘efecto colateral’ una gran polémica, más que cuando ocurrió el desastre de Chernóbil. En dicha ocasión se intentó explicar la hecatombe atribuyéndola a negligencias y torpezas del régimen soviético.
Ahora parece que el error está en ubicar centrales nucleares junto al mar y en zona de terremotos. Los defensores de esta energía, producida por más de 400 centrales en el mundo, siguen afirmando que estas son muy seguras y que los errores son causados por fallos humanos. Lógico, natural: conviene recordar que son los humanos quienes las diseñan, construyen y manejan. Sarkozy (en Francia hay 35 centrales) insta, en su visita a Japón, a una reforma mundial de las normas nucleares.
A todo esto, Alemania y Estados Unidos enviarán a Fukushima robots resistentes a la radiación. Japón se ha dedicado a producirlos para fines domésticos.
Cuando el accidente en la central de Tonkai se empezó a desarrollar esta tecnología, pero un año después los trabajos fueron abandonados. No son robots quienes actualmente se la tienen que ver con el ‘apocalipsis’ (como definiera a lo sucedido en Fukushima, escandalizando a muchos, el responsable de energía de la UE): docenas y docenas de ‘kamikazes’, los llamados ‘liquidadores’, hoy trabajan abnegadamente, arriesgando sus vidas en Fukushima. Se les llama héroes y dicen que solo esperan morir sirviendo a sus semejantes.
Se estima que algunos materiales radiactivos durarán miles de años entre nosotros. En España es evidente la resistencia de los pueblos a vivir junto a un cementerio nuclear: actualmente los residuos se envían a Francia, pero este país no quiere seguir albergando residuos de otros países. Las centrales, según dicen algunos políticos y los pronucleares, son seguras, pero resulta que nadie las quiere cerca, ni a ellas ni a los residuos que producen. Su construcción es muy cara, su duración productiva ,de solo 40 años. Cada central es una caja de Pandora. El error humano existe: construirlas, seguir construyéndolas. Este es el error que más nos tiene que preocupar.
Hay alternativas a ellas, no a corto plazo, pero existen. ¿Centrales eólicas? En marzo, en España, los parques eólicos produjeron 4.738 gigavatios hora (GWh), lo que representa el 21% de toda la electricidad generada. Ese incremento del 5% da margen a la esperanza.

Se instalarán más plantas en el mundo

El primer ministro búlgaro, Boiko Borisov, i-nauguró hace 15 días un almacén de residuos nucleares con capacidad para albergar más de 5.000 contenedores por un periodo de 50 años, en una ceremonia en la que aseguró que sería "una tontería" renunciar a la energía nuclear.

Esta instalación ha tenido un presupuesto de 70,5 millones de dólares y ha sido construida por una empresa alemana. El receptáculo albergará el combustible usado de los cuatro reactores de Kozloduy, la única central nuclear de Bulgaria, que entró en funcionamiento el 1970.

La planta nuclear iraní de Bu-shehr, construida por Rusia, comenzará a funcionar plenamente en pocas semanas.

El proyecto de Irán fue iniciado en la década de los 70 por un consorcio alemán y abandonado tras la Revolución Islámica de 1979. Su finalización fue postergada varias veces desde que Rusia lo asumiera a mediados de la década de los 90 bajo un acuerdo de 1.000 millones de dólares con Teherán.

Estados Unidos y otras naciones occidentales han reclamado durante años a Rusia que abandone el proyecto en Irán, por temor a que ayude a Irán a desarrollar los medios para producir armas nucleares.

Un acuerdo que obliga a Teherán a repatriar el combustible nuclear usado del reactor a Rusia alivió esas preocupaciones, ya que ese material puede ser reprocesado y convertido en plutonio para el núcleo de bombas.

Las recomendaciones para Fukushima aseguran que las personas no deben habitar a 40 kilómetros de la planta. Las autoridades niponas insisten en que es suficiente con 20 kilómetros.

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