A una semana del peor sismo y tsunami sufrido por Japón en 140 años, se han rescatado más de 5.000 cadáveres y 10.000 personas permanecen desaparecidas. Más de 2 millones siguen sin electricidad ni agua y las temperaturas han descendido cerca del punto de congelación en gran parte del archipiélago. Las bolsas se han desplomado, el transporte público está limitado y puede que no se encuentre a la mayoría de los desaparecidos.
A ello se suma la alerta nuclear de-satada en la planta Fukushima Daiichi, donde cuatro de los seis reactores resultaron seriamente dañados y de su interior emana radiación.
De todo el mundo han llegado muestras de apoyo a Japón, golpeado por su principal crisis después de la Segunda Guerra Mundial. Cantantes, estrellas de cine y deportistas se unen para recaudar fondos; se guardan minutos de silencio antes de los partidos internacionales y en las redes sociales todos rezan por Japón.
El primer ministro, Naoto Kan, llama a la población a demostrar fortaleza y reconstruir su país como lo hicieron después de las bombas nucleares lanzadas en Iroshima y Nagasaki, en agosto de 1945. La industria está semiparalizada, mucho de sus puertos destruidos y se calcula que cuando pase la alerta nuclear a Japón le tomará cinco años recuperarse a un costo de más de $us 180.000 millones.
En medio del desastre ha surgido el espíritu japonés, el orden, la obediencia y la honestidad. Pese a que los alimentos escasean, no ha habido un solo saqueo y por más que cunda la desesperación para abandonar Tokio, la gente se desplaza de forma ordenada en los aeropuertos y las terminales. En medio de una ola de frío poco común para esta época del año, la gente ahorra energía para permitir que esta sea desviada hacia las zonas más golpeadas. Se abrigan, tiritan de frío y esperan que la situación mejore.
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